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ANIVERSARIO 47 DEL AZTECA: EL COLOSO QUE MERECE REVIVIR

Por HÉCTOR QUISPE

Sus palabras parecían lapidarias sobre aquella arena bajo vientos menos turbulentos.

“No hace falta otro estadio de futbol en la Ciudad de México, porque ni la afición ni el deporte mismo lo requieren”… Eso me image

dijo hace 16 años el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez.

En una entrevista para el periódico Reforma, el mítico creador habló de su obra, al cumplir en ese 29 de mayo de 1996 el aniversario número 30 de su inauguración.

En aquel tiempo se refería al escenario de futbol que pensaba construir el Cruz Azul a un costado de la Ciudad Deportiva Magdalena Mixuhca, proyecto del que el presidente del club cementero, Guillermo Álvarez Cuevas, aseguraba que sería propiedad del DF, del País entero, y no de su empresa.

“No creo que la afición lo requiera, no es que se pueda o no construir otro estadio, sino que se deba y se necesite. No creo que lo requiera el deporte mismo. Con el Azteca, el de CU, el antiguo Olímpico, el Azulgrana —dicho así porque en ese entonces el local era el Atlante—, creo que por la afición al futbol y las calidades es suficiente.

“No creo que la Ciudad de México tenga el requerimiento, ante tantas necesidades, de la satisfacción de tener ‘su’ estadio. Ese es un planteamiento que se hace un particular al decir ‘yo quiero tener mi estadio’, pero ¿el Gobierno del DF? No creo que se pueda hacer ese planteamiento”, consideró.

El Cruz Azul estaba por concluir su arrendamiento en el Azteca y buscaba un escenario propio. El ‘Domo Azul’… Así se le conocía al proyecto, porque estaba inspirado en los grandes estadios estadounidenses que poseían una cubierta corrediza. Eran los tiempos de la frontera de Siglo, donde cualquier evento tecnológico de este tipo era tomado como una señal apocalíptica. Cualquier pensamiento conservador se oponía a un cambio drástico. Ramírez Vázquez era uno de esos conservadores.

El también autor de la Basílica de Guadalupe, los Museos de Antropología y de Arte Moderno, y del Estadio Cuauhtémoc, explicaba que puede resultar muy pretencioso elaborar un estadio.

“La vanidad de tener un estadio… Las vanidades son malas siempre, pero en un gobierno, pues más. ¿Usted cree que tiene que ser ‘de la Ciudad’? ¿Qué beneficio trae que la Ciudad sea propietaria del estadio?

“¿Qué la Ciudad debe tener ‘su estadio’, ‘su cine’, ‘su circo, ‘su teatro’, eso es cómico?”, comentó sonriente, mientras giraba de un lado a otro la cabeza, descalificando cualquier cosa que significara una afrenta a su estabilidad.

Sin embargo, Ramírez Vázquez terminó reconociendo que ya dependía de los propósitos particulares planteados en la realización de un estadio de uso múltiple, para concederle alguna probabilidad de éxito.

“Ya son cuestiones de otro tipo de inversión y de uso que pudiera tener, tal vez una instalación de uso múltiple, para otro tipo de espectáculos, pudiera dar condiciones diferentes.

“Pero ¿qué factibilidad hay para cubrir ese costo? Técnicamente se puede hacer todo; la realidad hace poner los pies en la tierra”, acotó.

Ramírez Vázquez me miró fijamente a los ojos como escudriñando argumentos en el reflejo de mis pupilas. Y tras una pausa larguísima de tres segundos, me dio su conclusión de que lo importante era el servicio que se le da al habitante de la Ciudad, como el brindado adecuadamente por la catedral del futbol mexicano durante 30 años.

“Habría que esperar otros 30 años para ver si se supera”, me dijo y me dirigió de inmediato la mano para estrechársela en intempestiva despedida.

DE LO SUBLIME A LO OBSOLETO

No han pasado otros 30, pero sí 16 años más de la presencia de un inmueble que ha cumplido con su naturaleza de proveer felicidad al balompié mundial.

Es cierto que aún no impacta el firmamento capitalino un estadio diferente al Azteca, al Azul y al Olímpico Universitario, aunque en otros lugares de la República ya aparecieron el TSM Corona de Santos Laguna y el Omnilife de Chivas, para dotar de funcionalidad y de una ilustración moderna la arquitectura deportiva de México.

Pero hay cosas que definitivamente cambiaron. El Azteca ya sólo se llena de tres a cuatro veces al año, solamente en algunos partidos del Tri o en los cotejos del local América, según como éste ande y si avanza o no a la Liguilla.

La venta de esquilmos, uno de los rubros importantes en el ingreso al estadio, resulta una batalla perdida hoy por hoy.

Por si fuera poco, la imagen del Coloso está descuidada. Los famosos tours o visitas guiadas son una vergüenza. Gente que no está capacitada siquiera con el conocimiento básico de la grandeza de un edificio histórico ‘guía’ en el recorrido a estudiantes de diferentes escuelas, sin importar si son universidades o primarias, sin dotar de elementos de juicio y explicaciones que puedan ilustrar a las nuevas generaciones de sobre la trascendencia del Coloso de Santa Úrsula.

Este servidor ha comprobado con tristeza lo anterior en diferentes oportunidades el último año, al enviar a mis alumnos a diversas prácticas académicas.

Lo primero que se aprecia en esta visita es lo deteriorado que se encuentra: Goteras aunque no llueva, cuarteaduras a lo largo y ancho de la estructura, baños en cuyas instalaciones donde predominan el óxido y el abandono.

Debo aclarar que no todo es negativo. Las relaciones públicas y la comunicación externa son excelentes; el cuidado de la grama sagrada es lo que mejor se realiza, con tecnología de Primer Mundo, en un trabajo de ingeniería las 24 horas al día, bien dirigido por el arquitecto Raúl Barrios y coordinado por el director Alejandro de Haro. Pero ¿y todo lo demás? La falta de presupuesto es evidente.

Da la impresión de que a los 46 años el Azteca padece una vejez prematura porque su dueño, Televisa, ha querido distribuir sus recursos en otro lado.

Este gigante es mucho más que un escenario cinco veces mundialista, mérito que sólo un estadio en el mundo puede presumir, tras albergar dos Mundiales de Mayores, uno juvenil Sub 23, uno infantil y otro de damas.

Es también un templo de emociones, un cofre de remembranzas y la casa de la pasión mexicana. En suma, un museo vivo que merece las mejores atenciones.

No se trata de proteger un mausoleo o sepulcro suntuoso, sino de enaltecer su leyenda regresándolo a la vanguardia.

¿Qué tendría que pasar? Les pongo el mejor ejemplo. Cuando el Viejo Wembley, denominado la Catedral del Futbol Mundial, por Edson Arantes Do Nascimento ‘Pelé’,  quedó rebasado por la modernidad y sus funciones esenciales fueron desapareciendo dentro de la vorágine de las tendencias de explotación comercial y sociales del deporte actual, entonces se tomó una valiente decisión. Tuvo que demolerse en el 2002, tras 79 años de existencia gloriosa.

En su mismo terreno ‘sacro’ se volvió a edificar el escenario pero con un aforo menor, realmente el que puede sustentar para mantener a la vista de todos un estadio lleno, pero sobre todo más práctico y funcional que acabó de construirse en 2007 bajo un costo total de 1097 millones de euros.

En un trabajo final dentro la Maestría en Dirección y Gestión de la Escuela de Estudios Universitarios del Real Madrid, que cursé entre 2007 y 2009, en la materia de Explotación de Instalaciones Deportivas ofrecí una polémica sugerencia: ‘Rehacer’ el Estadio Azteca, pero ya no para 100 mil personas, sino para un máximo de 70 mil con todas las comodidades. Cabe decir que casi fui linchado por algunos compañeros.

La realidad es que quienes amamos el futbol queremos que el hogar de la Selección Mexicana sea un estadio que no se encuentre fuera de uso, como es el significado literal de la palabra “obsoleto”. Deseamos un Azteca siempre majestuoso… Aunque sea ‘nuevo’. (Colaboración para la CiudadDeportiva.com, 2012)

Síganme por twitter: @HectorQuispe777/8

¿QUIÉN ES HÉCTOR QUISPE?

Periodista Corresponsal de ESPN.com Los Ángeles; Consultor en comunicación integral y negocios, dentro del ámbito deportivo. Director general de la empresa CID, Comunicación Integral para el Deporte. 

MBA en Dirección y Gestión de Entidades Deportivas, por la Universidad Europea de Madrid.